Entregar nuestros dones
Estas últimas semanas la realidad me ha desafiado. También, ha reforzado mi creencia de que entregar nuestros dones puede salvarnos.
Hola, ¿cómo estás?
En el último mes sucedieron muchas cosas.
Mis redes sociales se vieron inundadas de noticias que recortan una imagen muy desalentadora del mundo. Ahora que vivo en Europa, yo también estoy presenciando escenarios a los cuales no estoy acostumbrada. Mayor control policial, cambios abruptos en políticas de inmigración, demostraciones de grupos de extrema derecha en Alemania, hasta un joven finlandés que me insultó a viva voz en la calle porque no quise escuchar su música.
En este contexto, lancé el primer servicio de El Mundo Que Creamos. Mis programas 1:1 de co-creación donde trabajamos con herramientas de diseño estratégico, creatividad aplicada y coaching ontológico.


Luego de hacerlo, aparecieron las dudas. ¿Sirve de algo este trabajo? ¿Para qué hacerlo?
Siendo honesta, estas últimas semanas hubieron días en que “la noticia” me hizo olvidar de “lo importante”. El ruido comenzó a ser tan fuerte que casi ahoga mi propia voz. Me sentí chiquita y “demasiado soñadora”. Me sentí débil frente al Mago de Oz, frente al imperio que detrás de sus maquinarias, humos y luces es tan sólo un hombre con miedo.
Además -detalle no menor- fui directamente afectada por estos movimientos. Italia decidió recortar la distancia generacional para poder acceder a su ciudadanía tres semanas antes de que llegue a Roma con los papeles que me conectan con mi trisnonno, Battista. La noticia, como decimos en Argentina, me cayó como un balde de agua fría. Este es el motivo por el cual me ha tomado más tiempo terminar este newsletter, ya que toda mi energía fue dirigida al lanzamiento, abrir los procesos con los nuevos clientes y a reorganizar mis planes (ya les contaré más sobre esto).
También, reforzó lo que vengo a contarte en este newsletter sobre la importancia de entregar nuestros dones. De continuar el servicio y el camino al que fuimos llamados no a pesar de los que sucede fuera de nuestras zonas de control sino debido a ello.
En mi debate interno de las últimas semanas, me pregunté una y otra vez dónde poner mi atención. Porque me resulta evidente la distracción constante que se nos ofrece como pastilla para adormecernos y convencernos que no hay nada que podemos hacer. La distracción que, también, a veces se siente necesaria y reparadora. Hay tanto, tanto que no podemos controlar y prever.
Y también hay tanto que sí.
Entregar nuestros dones con orgullo, constancia e intención es el antídoto. Nos motiva a poner el foco en lo que sí controlamos para así recuperar nuestra agencia; a animarnos a ocupar espacio en este mundo y a construir un faro de esperanza y motivación cuando el océano está revuelto. Como logré comprobar en estos últimos días, entregar nuestros dones puede volverse el salvavidas perfecto en tiempos de crisis.
Eso es para mí este proyecto. Eso quiero que sea el tuyo.
Espero que la entrega de este mes te acompañe si estás pasando por un momento difícil, si el vértigo propio del mundo que creamos te está desestabilizando o si necesitás un poco de luz en estos tiempos que corren.
¿Empezamos?
Poner el foco en lo que sí controlamos para así, recuperar nuestra agencia.
Estos últimos días estuve pensando qué curioso que es el nombre de mi proyecto. “El Mundo que Creamos”, declaré. Justo en un momento donde el mensaje popularizado en las redes sociales y los medios de comunicación es que no estamos creando el mundo sino, más bien, destruyéndolo.
Me levanto todos los días con noticias negativas. Parecieran imposibles de escapar. Las charlas con colegas o amigos giran en torno a todo lo que está rompiéndose. O, tal vez, transformándose.
Sea lo que sea que está sucediendo, la sensación general es que el destrozo sucede lo suficientemente lejos para no ser nuestra responsabilidad y lo suficientemente cerca para paralizarnos.
Esa posición en que colocamos a las crisis puede promover en nosotros un estado pasivo que de a poco nos convence que “no podemos cambiar nada”.
Indefensión aprendida.
En psicología, este estado es llamado “learned helplessness” o “indefensión aprendida”. Es un concepto acuñado por los psicólogos Martin Seligman y Steven Maier en la década de 1960.
La indefensión aprendida es un estado psicológico en el cual una persona (o animal), luego de ser expuesta a situaciones incontrolables y negativas, aprende que sus acciones no pueden impactar en los resultados y, por ende, deja de intentar cambiar su situación aún cuando el cambio es posible.
En este video se demuestra como este estado puede ser inducido. Te invito interrumpir la lectura por 4 minutos y ver este experimento antes de seguir leyendo.
¿Y? ¿Qué te pareció? ¿Viste lo fácil que podemos convencernos de que nuestras capacidades no son suficientes? ¿Lo fácil que podemos concluir que no hay nada que podamos hacer?
Los efectos de este estado psicológico no son obvios pero sí van acumulándose en el tiempo. Síntomas depresivos, pasividad crónica, falta de motivación, y desmotivación en distintos contextos (como el laboral, educativo o personal).
El motivo por el cual te cuento esto no es para profundizar la sensación de indefensión que podés estar experimentando en este momento. Sino para ofrecerte una posible explicación a la resignación que tal vez estés sintiendo. Ofrecer tus dones conlleva la compasión necesaria para poder transformar este estado en un estado de agencia. El primer paso para lograrlo es entendernos y abrazarnos.


Desarrollando nuestra agencia.
La agencia es lo que tal vez puede ayudarnos a salir de la indefensión aprendida. Es la capacidad que tenemos para actuar intencionalmente e influir en nuestras circunstancias y el mundo que nos rodea. Es decir “puedo hacer algo al respecto”.
Fue mayormente investigada por el psicólogo Albert Bandura quien definió cuatro formas de agencia:
Agencia intencional: tener metas y propósitos, actuar en función de ellos.
Agencia prospectiva: imaginar y anticipar el futuro.
Autorregulación: monitorear nuestras acciones, emociones y motivación.
Autorreflexión: capacidad de pensar críticamente sobre uno mismo y el entorno.
Me interesa mucho la teoría alrededor de la agencia porque desde mi perspectiva, el desarrollo de cada una de estas dimensiones es lo que nos permite no sólo atravesar los momentos difíciles sino tomar un rol activo en el mundo que creamos.
¡Mis programas de diseño, mentoría creativa y coaching ya están abiertos! En ellos trabajamos las cuatro dimensiones de nuestra agencia como creadores y emprendedores.
Este es el momento en que es importante hacer una aclaración.
La capacidad que tenemos para trabajar en estas cuatro dimensiones está directamente influida por nuestros contextos vitales. El famoso “privilegio” también engloba tener el tiempo, dinero y la tranquilidad para poder enfocarnos en nuestras metas, anticipar nuestro futuro, monitorear nuestras emociones y pensar críticamente.
A veces, las circunstancias que estamos experimentando hace que una de las dimensiones se vuelva más inaccesible que otras. A veces, no contamos con las herramientas psicológicas o el soporte comunitario necesario.
Sería muy irresponsable de mi parte ignorar el contexto socio-económico que atravesamos donde la desigualdad económica -gracias a la concentración de poder y dinero del famoso “1%”- ha llevado a la pérdida de crecimiento y oportunidades económicas para las nuevas generaciones. La solución debe ser más profunda (y revolucionaria).
Aún así, creo que mientras trabajamos para que eso suceda, también podemos trabajar en hacer nuestra parte. En entregar nuestros dones en la medida en que sea posible para nosotros. A veces -más allá de los obstáculos contextuales- no lo hacemos porque ocupamos nuestra atención con información (”contenido”, “noticias”) que atentan contra nuestra autonomía, motivación y bienestar.
Dónde poner el foco para entregar nuestros dones.
En el newsletter de Julio del año pasado, “El Drama que Creamos”, te hablé de de la teoría de las tres zonas de Stephen Covey (autor del libro “Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva”). Me parece apropiada mencionarla de nuevo.
La teoría invita a distinguir tres zonas de inquietud. La distinción nos permite actuar con mayor consciencia. Las zonas son:
Zona de preocupación: engloba todas las cosas por las que nos preocupamos pero sobre las que no tenemos ni control ni influencia directa (ej. el clima, decisiones políticas lejanas, etc.)
Zona de influencia: incluye todo aquello sobre lo que no tenemos control directo, pero sí podemos influir de alguna manera (ej. relaciones personales, dinámicas de equipo, etc.)
Zona de control: es el espacio donde sí tenemos poder directo de acción: nuestras decisiones, comportamientos, actitudes, hábitos, emociones.
El autor dice que “la gente proactiva se centra en su Círculo de Control e Influencia. La gente reactiva se centra en su Círculo de Preocupación.”
Lo interesante y que compruebo con mi experiencia, es que mientras más pongo mi atención en mi zona de control, enfocándome en cultivar decisiones alineadas con mis valores, cuidar de mi bienestar material y físico y revisar las actitudes o hábitos que no me benefician, más efectiva soy en mi zona de influencia (mis relaciones o mi trabajo con EMQC y las personas que acompaño).
En última instancia (y este es el camino más largo), mi efectividad en la zona de influencia me brinda mayor “capital” (social, económico y emocional) para poder, muy de a poco, influir en los aspectos que se encuentran en la zona de preocupación.
Animarnos a ocupar espacio en este mundo: crear sobre consumir.
Entregar nuestros dones al mundo se trata de cultivar agencia por encima de indefensión. También, se trata de creernos merecedores de ocupar un espacio en este mundo.
“¿Quién soy yo para hacer esto?”, se preguntó una de las personas que acompaño en mis programas luego de encontrar el servicio que quiere brindar. La escuché y le dije: “¿qué le querés contestar a la voz que se pregunta eso?”
Ella (se) contestó: “No es tan importante ser “alguien” para hacer algo sino ser la persona que hace algo con eso.”
Estos momentos son una de las razones por las cuales hago lo que hago. Poder ser testigo de cómo una persona cambia su narrativa abriendo así nuevas oportunidades en su vida.
“Ser la persona que hace algo con eso”.


Muchas veces nos contamos la historia de que la única manera que tenemos para entregar nuestros dones al mundo es si esos dones están “validados” por un puesto importante en una empresa, una titulación académica o la cantidad de seguidores que tenemos en Instagram.
Todo eso por supuesto que ayuda. Son canales de desarrollo y aprendizaje. Pero no son una condición sine qua non para comenzar a ocupar un espacio con nuestro proyecto.
Ser la persona quien quiere hacer algo con eso es suficiente.
Para serlo, precisamos de autoestima. No es necesario que nos amemos incondicionalmente pero sí que comencemos a cultivar un amor propio real y enraizado. De ese que deviene de las experiencias enriquecedoras que tengamos con nosotros mismos. Del cuidado y el cariño que nos brindemos no sólo en los momentos de triunfo sino -sobre todo- cuando nos encontramos derrotados.
Aquí es donde crear más y consumir menos, se vuelve clave.
Consumir para crear
Nuestro sistema económico de oferta y demanda se sostiene por nuestra necesidad de consumo. No creo que esto sea necesariamente malo. Sería hipócrita de mi parte demonizar el consumo cuando estoy ofreciendo un servicio pago que requiere de una demanda para que el mismo sea mi trabajo (y la escuela que quiero construir). Ofrecer nuestros dones al mundo también conlleva valorarlos materialmente.
Desde que comencé a entregar mis dones a través de El Mundo Que Creamos, consumo para crear. ¿Cómo funciona eso? Invierto en servicios para crecer, leo libros para aprender, invierto en lo que necesito para estar bien.
Curiosamente, creerme merecedora de ocupar un espacio con mi proyecto, lleva a que ya no quiera “tapar un vacío” con lo que consumo. Eso refuerza mi autoestima. En un círculo virtuoso, ese autoestima refuerza mi sensación de merecimiento.
Mientras más creamos, “menos” necesitamos. O por lo menos cambian nuestras necesidades. Nuestro consumo cambia. Y nuestro rol en la sociedad se modifica. Desde un lugar pasivo (indefensión aprendida) a uno activo (de agencia). Ese rol activo te lleva a ser más cuidadoso con tus recursos, más estratégico. Es increíble el dinero que se ahorra cuando nos guía un propósito. Hay menos “vacío existencial” que llenar con cosas. Hay más oportunidad.
Ese espacio que ocupamos se convierte en la semilla que plantamos. Ya no sólo extraemos, también aportamos.
Construir un faro (y un salvavidas).
Para cerrar el newsletter de este mes, quiero contarte un poco más acerca de mis últimas semanas y cómo experimenté en primera persona el poder que entregar nuestros dones tiene en momentos de crisis.
Como te conté al principio, mis planes se vieron afectados por la nueva ley en Italia. ¿Qué significa eso? Bueno, tuve que dejar mi cuarto en Berlín porque ya había cancelado el alquiler en vistas de que iba a vivir cerca de Roma un tiempo. Por lo que ahora me toca encontrar un nuevo lugar. También tuve que cancelar el vuelo a Italia que había comprado. Sobre todo, sin la posibilidad de hacer mi ciudadanía en el futuro cercano, tuve que salir a buscar un plan B.
Los primeros días después de la noticia sentí mucho cansancio corporal. Tenía mucho sueño y aún así me costaba dormir. Mi cabeza parecía ir a miles de kilómetros por hora organizando el nuevo camino (te contaré más sobre él cuando todo se vaya confirmando, por ahora prefiero reservarlo).
Luego de las primeras 48 horas pude, de a poco, volver a mí. Ese volver a mí fue volver a entregar mis dones. Me senté en la computadora, comencé a hablar con los clientes que llegaron luego de mi lanzamiento. A escribir este newsletter muy de a poco. A trabajar en ordenar mi Notion (donde ordeno la operación de EMQC). A armar contenido (aunque no tuve energía para filmarlo).
Cuando más lo necesité, El Mundo Que Creamos estuvo ahí para sostenerme y darme un motivo para seguir. Para insistir en un momento donde sentí que “todo estaba en mi contra”.
Pero la red más importante fue la que crearon las personas alrededor mío. Muchas de ellas, personas que llegaron porque me animé a entregar mis dones.
Por ejemplo Chechu, amiga ilustradora y artista que conocí en Berlín, que llegó a mí a través de Ann, quien nos presentó. Ann me conoció hace seis años cuando me convocó a dar una charla de UX Research para emprendedores (¡las semillas de EMQC!).
Chechu estaba conmigo cuando recibí la noticia. Inmediatamente, agarró la compu para ayudarme a pensar un nuevo plan. Joaco, su marido, fue a comprar ingredientes para hacer pizzas. Inflaron un colchón y me dejaron quedarme a dormir con ellos esa noche.


O también Mica, otra nueva amiga creativa y viajera de Berlín. Ella me contactó hace un año porque empezó a seguir mi proyecto y nos conocimos en 2024, cuando fui de visita. El domingo me ayudó a armar mis valijas y dejar mi cuarto. Estuvo conmigo horas y hasta me cocinó un budín.
Con Chechu y con Mica conecté porque me atreví a compartir mis dones. Primero en una charla hace más de media década. Luego a través de mi proyecto y en redes sociales.
De eso hablo cuando hablo de faro y salvavidas. No de las oportunidades laborales o académicas que nuestros proyectos nos pueden dar (las cuales son muchas), sino de la capacidad de conectar con personas que pueden darnos una noche de asilo o un budín casero en el momento en que más lo necesitamos.
Ahí vamos
Este mes me costó escribir este newsletter. Siendo honesta, creo que me lo escribí a mí. Necesitaba recordar por qué y para qué entregar mis dones y continuar con este proyecto.
Mientras más desarrollo El Mundo Que Creamos, más aprendo cómo el mundo que creamos hasta ahora necesita transformarse. Emigrar ha sido también muy esclarecedor. Siento que comenzar a navegar el “sistema”, la segregación y discriminación que dentro de él existe y las desigualdades globales está despertándome a una versión de la realidad que quiero modificar pero que también, como yo, insiste en perdurar.
No hay una solución perfecta. No hay tan sólo una solución.
La que yo encontré y en la que creo que tengo capacidades para aportar es esta. En recordarte que podés ocupar un espacio, podés hacer tu propio proyecto y podés crearte tu propio trabajo.
No elimina la inequidad sistémica a la que hemos llegado. Pero, tal vez, comienza a plantear la posibilidad de otro camino. Y sé, por cuenta propia, que mejora nuestra calidad de vida.
Si querés entregar tus dones y diseñar el proyecto que venís pensando hace mucho pero no sabés como empezar, te espero en mis programas.
Gracias por leerme y gracias por estar del otro lado.
Hasta el próximo mes,
Aye