El Mundo Que Creamos llega a Ghana (primera parte)
Hace tan sólo tres semanas estaba pisando un nuevo continente.
Hola, ¿cómo estás?
Te escribo recién llegada a Berlín (¡finalmente!) luego de más de veinte días en Croacia, donde hice los trámites de mi visa alemana y trabajé en un hostel.
Pero antes de venir a Europa, tuve otro viaje.
Durante siete días estuve en Accra participando de un “co-lab” (laboratorio colaborativo) con mis compañeros del programa Global Solvers Accelerator, para el cual fui seleccionada con EMQC y en el que participo hace 6 meses.
Con tantos movimientos y cambios en mi vida, quería tomarme un momento para reflexionar acerca de lo que aprendí esa semana.
Este newsletter me pareció el espacio perfecto donde darle sentido a las experiencias que me llevé, transformándolas en aprendizajes que quiero compartir contigo.


Luego de escribirlo, decidí que lo mejor era compartirte estas historias en dos entregas. Por eso, este newsletter viene por partida doble.
El próximo mes descubrirás la segunda parte. ¡Hay mucho que quiero compartirte!
En esta primera entrega, voy a contarte las transformaciones que viví al nivel del Ser antes del viaje. Porque como siempre decimos en EMQC, antes del Hacer, viene el Ser.
Luego, quiero compartirte dos comprensiones profundas que me llevé de mis primeras horas en África. Comprensiones que me prepararon para lo que sucedió después, en los seis días de colaboración que viví junto a mis compañeros.
Esos aprendizajes te los comparto en el próximo newsletter.
Sin más preámbulos, te invito a servirte un vaso de agua, acomodar tu cuerpo en la silla y acompañarme a comenzar este viaje.
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El link al grupo de whatsapp
En la página de la fundación, leí que el viaje este año sería a Ghana.
Era Noviembre y Peter, un amigo del nuevo mundo que me estoy creando, me insistió desde el otro lado de la cordillera que aplique con mi proyecto.
“Pero todavía no tengo nada… mira, piden una página web. No tengo página web.”
Peter había sido seleccionado para el programa Global Solvers Accelerator en 2023. La experiencia le abrió las puertas de la Fundación Melton, una organización con sede central en Estados Unidos que trabaja en diferentes puntos del mundo. Yo nunca había escuchado hablar de ella.
“No te preocupes por no tener página web. El año pasado, yo apliqué con el link al grupo de whatsapp que tenemos con los otros fundadores de nuestro proyecto.”
El link al grupo de Whatsapp.
Cuando Peter me dijo eso, creo que abrí la boca como un dibujo animado del tremendo shock que sentí por todo el cuerpo. Es que Peter no lo sabe, pero ese pequeño detalle ha sido la llave de uno de los más grandes aprendizajes que he tenido hasta ahora.
La valentía creativa que me demostró contándome que él había aplicado con lo que tenía y sin pensarlo tanto, destrabó los mil candados de mis propias limitaciones.
Ya mi terapeuta me había repetido en más de una sesión, “no te excluyas de las oportunidades. Todo lo que hay en este mundo, también te pertenece.” No lo había entendido hasta ese momento.
Así fue cómo, en mi castellano más argentino dije “ya fue” y me senté a armar mi aplicación para el programa Global Solvers Accelerator de la Fundación Melton.
Dónde pedían la web de mi proyecto, puse el link al instagram de El Mundo Que Creamos. El cual todavía tenía el primer intento de branding y, como mucho, unas veinte publicaciones.
La Ayelén perfeccionista de hace algunos años, realmente no se lo creería.
El poder de una historia
El día que envié la aplicación era de noche. Prendí un par de velas. Tomé la foto de mi mamá y me puse una corona de plástico. Sí, una corona de plástico.


Es que era la primera vez que hacía algo así. Contarle a otras personas mi visión. El por qué de El Mundo Que Creamos. El cual no es un destino tan claro sino, más bien un horizonte que va entrando en foco.
También, era la primera vez que me animaba a pedir a viva voz recursos y apoyo para que esa visión se haga realidad.
Cuando envié las seis hojas de formulario, aguanté la respiración, cerré los ojos e hice click en enviar con la rapidez de un niño que se zambulle por primera vez al río.
A fines de enero llegó el tan esperado mail. De más de 900 proyectos de todo el mundo, El Mundo Que Creamos había sido seleccionado en los 50 finalistas. Sólo quedaba una instancia más, un meet-up online. Después de eso, anunciarían a los 20 elegidos.
Creo que acá es un buen momento para explicarte de qué se trata este programa. Es un programa de “aceleración” de proyectos de impacto social. Las aceleradoras son formatos conocidos dentro del mundo del emprendedurismo. Son parte de organizaciones o instituciones que tienen como misión darle herramientas a proyectos en los que ven potencial. Estas herramientas pueden venir en forma de recursos, contactos, oportunidades y/o dinero.
La Fundación Melton, específicamente, busca desarrollar a “jóvenes líderes” de todas partes del mundo que tengan un proyecto que impacte las Metas de Sostenibilidad de las Naciones Unidas y que se enfoquen en mejorar algún aspecto de nuestra sociedad.
Este es el momento donde tal vez te preguntes, Aye, ¿cómo diablos El Mundo Que Creamos impacta las Metas de Sostenibilidad de las Naciones Unidas?
Aquí viene otro gran aprendizaje de este proceso. Algo que ya suponía pero ahora sé del todo. Todo en este mundo, comienza con una historia. Si puedes construir una historia que haga sentido y luego trabajas en hacerla realidad, tienes un proyecto y una visión que puede ser apoyada por muchas organizaciones, instituciones y personas.
Mágico, ¿no?
Por eso, para aplicar a este programa, trabajé en construir una historia auténtica que uniera la práctica de EMQC y los problemas que hoy enfrentamos como humanidad. Aquí te recuerdo, construir historias no significa “tirar humo” o mentir, sino saber crear sentido y comunicarlo.
Escribir esta historia no fue difícil, porque honestamente El Mundo Que Creamos nace de dolores que experimenté y -creo- son expresiones de las crisis que estamos viviendo todos, de alguna u otra manera. Además, Peter -de nuevo- me aconsejó que le eche un ojo a las “Metas de Desarrollo Interior” que un grupo de europeos había desarrollado en 2021. Aparentemente, yo no era la única (obvio) que había pensado que para llegar a nuestras metas de sostenibilidad y regeneración primero teníamos que empezar por casa. O sea, por nuestro propio mundo interior.
Combinando mis motivos personales (a saber: el fallecimiento de mi mamá por cáncer, que mi padre también haya tenido cancer -ya está bien- y la bruta crisis espiritual y creativa que presencié y experimenté trabajando en empresas de tecnología), con estas metas de Desarrollo Interior encontré un camino entre mi “proyectito” y las Naciones Unidas.
En Febrero me enteré que había sido seleccionada para el programa. El cual está formado por ocho meses online y una semana de “laboratorio colaborativo” en Accra.
El sábado 20 de Julio armé la valija, despedí a mis gatitos y me fui a Ezeiza. A tomarme un vuelo a Ghana, con escala en Etiopía.
El encauce del Ser y el Hacer
En el camino al aeropuerto, pasé por el “polo tecnológico” que hay en Saavedra, barrio de la Ciudad de Buenos Aires.
A través del vidrio empañado por lluvia y humedad, vi a lo lejos las monumentales oficinas del último trabajo corporativo que tuve. Hace menos de un año, estaba ahí pregúntandome por enésima vez en mis ocho años de trabajo profesional como diseñadora, cómo podía transformar lo que me gusta hacer y para lo que creo que soy muy buena en un trabajo y un servicio que me diera más que un sueldo seguro en mi cuenta bancaria.
Que también diera más a la sociedad de la que soy parte.
Un año después, estaba yéndome ni más ni menos que hacia África.
Esta parte de la historia la cuento así no porque deseo que pienses que soy rapidísima y en menos de un año cumplí todos mis sueños y facturo diez mil dólares mensuales trabajando una hora por día.
Sino porque aquí hay otro aprendizaje más, y este es importante: cuando respondemos al llamado y comenzamos a confiar en nuestra visión y nuestra historia, el camino se encauza más rápido de lo que creemos.
No rapídisimo, ni tampoco mágicamente.
Tenés que trabajar todos los días en tu proyecto y sobre todo en ti. Pero se encauza.
Como dice mi terapeuta, la vida se trata de ir escuchando los llamados hacia los proyectos, personas o lugares que nos invitan a reencontrarnos con partes nuestras que están por todo este Universo. Si nos atrevemos a reconocernos, la vida nos lo da todo.
Derribando historias de terror
Mentiría si te dijese que no tenía miedo de viajar a África sola.
Sí, en Ghana me encontré con todo el grupo, pero el tramo desde la comodidad de mi departamento en Capital hasta el otro lado del Atlántico iba por cuenta propia y me daba un poquito de… cómo decirlo… terror.
Es que puedo hacerme la creativa open mind milennial cool que habla en inclusivo pero sigo siendo una ciudadana occidental que se crió en la burbuja de la clase media-alta porteña.
En esa burbuja, consumí y creí infinitos estereotipos. Estereotipos sobre quiénes son los malos y quiénes son los buenos. Cómo se ven. Qué costumbres tienen. De qué culturas vienen.
Bueno, vengo a contarte que eso que dicen sobre “viaja para expandir tu mente” es completamente cierto.
Porque llegar a Etiopía fue tirar todos mis prejuicios a la basura. Inmediatamente. Al instante en que una señora en la fila de migraciones, con traje turquesa y ojos color ópalo, me sonrió con su mirada para indicarme dónde hacer la fila y luego se fue cantando.


Aquí llega otro aprendizaje.
Ya sabes que me encanta encontrar paralelismos entre nuestra vida y el proceso tan sublime y a veces inefable de la creatividad.
Mientras daba vueltas por el aeropuerto en Addis Abeba y me cruzaba con muchísimas culturas con las que prácticamente no me he cruzado nunca en mi vida, de religiones de todos los colores y vestimentas, pensé en la cantidad de historias que tenía en mi cabeza sobre ellos.
La cantidad de veces que leí títulos de periódicos hablando de las atrocidades que ellos viven (y hacen) y “nosotros no”. Las fotos. Los videos. Las películas. Todo eso contrastado con la imagen de un hombre árabe, vestido con su túnica blanca y turbante en cuadrillé durmiendo una siesta, esperando su vuelo con su valija a su lado, cargando su celular.
Cuando vi esa imagen, pensé: “me enseñaron a temer a esta persona, tanto que nunca la consideré ni un poquito parecida a mí. Pero ahí está, haciendo las mismas cosas que puedo hacer yo. Cuando lo veo así, no me da nada de miedo.”
¿Qué tiene que ver esto con crear?
Te invito a preguntarte las historias de terror que te han contado sobre qué pasa si armas tu propio proyecto. Si emprendes. Si siquiera intentas cambiar algo de lo que no te gusta de este mundo.
Te invito a recordar las narrativas que viste en las películas, en los libros, en la televisión y tal vez en tu propia familia.
¿Sabés de dónde creo que nacen todas estas historias?
Del miedo a lo desconocido. Un miedo que se vuelve, en la fantasía, el monstruo que creamos.
Una fiera que viene a mantenernos en nuestro lugar. Para que no nos atrevamos a volar muy alto. Tan alto que tal vez luego aterricemos del otro lado del Atlántico.
A veces salir del confort, es perderlo totalmente
Llegué a Accra a las cuatro de la mañana. El estacionamiento del aeropuerto se encontraba poblado por conductores que ofrecían sus servicios a cada turista que salía de la terminal.
Luego de unos minutos me subí a uno de los taxis hacia el hostal donde el grupo se encontraba.
La llegada fue muy incómoda. Mi habitación no estaba lista y me dieron una cama en un cuarto común. Necesitaba ducharme, y la ducha era fría. No tenía toallas. El piso del baño era de cemento. Las camas no tenían mosquiteros como yo esperaba.
Esa madrugada me pregunté “¿para qué hago esto?”, recordando los bonos de fin de año y las oficinas con aire acondicionado.
Era una pregunta válida pero también inútil. Como decimos en Argentina, ya estaba en el baile. No me quedaba otra opción que bailar con esa incomodidad. Aceptarla, atravesarla y transformarla en mayor capacidad de tolerancia.


Son estos pequeños-grandes momentos los que entrenan nuestra resiliencia. No importa si lo que nos molesta son detalles que para otras personas no serían “tan graves”. No es una competencia.
Lo importante es reconocer que en el proceso desde lo conocido hacia lo que deseamos pero desconocemos, van a haber períodos liminales donde el agua de la ducha estará fría, tu cama no preparada y te habrás olvidado las toallas.
Hacer lo mejor que podemos con esas circunstancias nos permite despertarnos del otro lado.
En mi caso, preparada para ir a explorar Accra.
En resumen
La primera etapa de esta experiencia, desde aplicar al programa hasta mi primera noche en África, dejó en mi cuatro aprendizajes principales para mi proceso creativo (y, obvio, para mi vida).
En el nivel del Ser, aprendí:
El proceso de aplicación me enseñó que nuestra valentía creativa es directamente proporcional a nuestra capacidad para incluirnos en las oportunidades que aparecen.
Hacerlo requiere un grado de exposición que puede ser incómodo. Por eso, no se trata de realizar un gran gesto sino de pequeños pasos que vayan cambiando la creencia de que no podemos ser parte o recibir aquello que deseamos.
Generalmente, esos pequeños pasos requieren que nos hagamos notar mientras todavía “estamos en proceso” ya que siempre, siempre, siempre, mejor hecho que perfecto.
Por otro lado, incluirnos en las oportunidades también conlleva compartir nuestra visión. La única manera de poder hacerlo es si aprendemos a contar buenas historias.
Para eso, practicar nuestra capacidad de “zoom out” o tomar perspectiva nos permite descubrir cómo nuestras ideas son parte de un sistema más grande. Un sistema donde todo está interconectado. Para verlo (y para que otros los vean) necesitamos de buenas historias que nos muestren esas conexiones.
Por último, en el nivel del Comprender:
Aprendí que es más fácil demonizar lo desconocido que ir a conocerlo para darnos cuenta que nada es tan terrible como nos lo contaron.
Esto es algo que hoy, ya llegada a Berlín, trato de recordar cuando aparece el miedo (el cual aparece y mucho). En mi cabeza, lo que no conozco se desdibuja según los prejuicios y experiencias de otras personas que nada tienen que ver con la experiencia que yo elijo crearme y la que me toca.
En esa transición hacia lo nuevo, hacernos amigxs de la incomodidad es lo único que nos permite atravesar la ola para, eventualmente, volver a hacer pie en una orilla totalmente nueva.
¿Has tenido aprendizajes parecidos en tus propias experiencias?
Me encantaría que me los compartas, podés responder a este newsletter respondiendo al correo electrónico o también te espero en los mensajes directos de Instagram, en @elmundoquecreamos.
Nos vemos el próximo mes, donde voy a contarte lo que aprendí al recorrer los sitios históricos de Accra, participar de mi primer evento de networking, y al visitar una de las ONG más importantes de Ghana.
Gracias por estar ahí,
Aye
AMÉ ESTA ENTREGA!
Crack!!!