El arte de intentar
¿Qué se necesita para perdurar? ¿Para continuar con nuestros proyectos? ¿Para crecer a través de las inevitables frustraciones y cambios de planes?
¡Bienvenido mes de Mayo!
¿Cómo estás? ¿Cómo fue tu Abril?
El mío transcurrió mayormente en Barcelona, dónde una de mis mejores amigas, Jaz, celebró su casamiento.


Mientras escuchaba a los novios (quienes llevan casi once años juntos) intercambiar sus votos, me emocionaba recordar que yo estuve ahí cuando se conocieron y que nosotras, como grupo de amigas, de alguna manera también estábamos celebrando una década juntas. Me sentí extremadamente afortunada por tener personas en mi vida que me conocen en tantas etapas y recordé que no todas las etapas fueron fáciles de transitar.
Hubieron diferencias, discusiones, hasta períodos de lejanía. Hubieron reencuentros, celebraciones y duelos donde nos sostuvimos. Con ellas y con mis otras amigas más longevas, Clari, Flor, Cami y Vicky (con quien llevo 27 años de amistad, lo cual es una locura).
Te estarás preguntando qué tiene que ver el amor y la amistad con emprender.
La unión de Jaz y Lucio y el reencuentro con mi grupo de amigas luego de dos años de no estar las cinco en el mismo lugar, me hizo pensar en qué se necesita para que un proyecto (una pareja, una amistad o un emprendimiento) perdure en el tiempo.
Y digo “perdurar” y no “sobrevivir” porque no se trata de simplemente actuar para no morir sino de continuar de una forma que tenga sentido seguir existiendo.
Muchas cosas sobreviven desde el miedo y sin alegría, porque deben aguantar. Aquellas que perduran, se adaptan, crecen y nos hacen crecer con ellas. Evolucionan.
Entonces, ¿qué se necesita para perdurar? ¿Para continuar con nuestros proyectos? ¿Para crecer a través de las inevitables frustraciones y cambios de planes?
Como yo lo veo, se necesita volvernos habilidosos en el arte de intentar.
Por eso, este mes quiero contarte qué es para mí el arte de intentar. La diferencia (y la relación) entre la insistencia y el intento. El rol que tiene la integración de las disrupciones y el feedback a través de una mentalidad experimental. Y, para cerrar, un descubrimiento que tuvimos con una de las personas a las que acompaño: la importancia de la autarquía (¿la qué? ahora te cuento) para persistir a través de la frustración.
Porque sé que descubrir qué queremos construir en este mundo es sólo el primer paso. Luego comienza la aventura de la implementación. La aventura del intento.
¿Comenzamos?
¿Insistir o intentar?
En principio, este newsletter iba a llevar el título “El Arte de Insistir”. Si me seguís en Instagram, tal vez leíste la publicación donde mencioné la insistencia y te conté que este mes hablaríamos de eso.
Pero la semana pasada, en mi sesión quincenal con mi psicóloga, Gigi, aprendí la diferencia entre intentar e insistir.
Gi me explicó cómo insistir se trata de repetir la misma acción una y otra vez para llegar al resultado esperado. Intentar, por otro lado, se trata de ir probando diferentes acciones para llegar al resultado esperado. Insistir conlleva terquedad en el objetivo y en el camino. Intentar sólo en el objetivo.
Por eso quiero hablar de intentar. Porque si de perdurar con sentido se trata, es menester ponernos creativos buscando caminos.
Aún así, la diferencia entre insistir e intentar aparenta muy sutil. Por eso quiero compartirte una historia (de mis preferidas) que creo que ilustra la disparidad entre estas dos acciones.
La carrera por volar.
Esta historia es una de las preferidas en el género no ficción e innovación. Me encontré con ella en el libro Start with Why the Simon Sinek, Think like a Freak de Steve Levitt y Stephen Dubner, y también está en Outliers de Malcolm Gladwell.
Como podés imaginarte por el nombre de los autores, esta mini biblioteca que te presento no es muy diversa en las voces representadas. Es una historia sobre hombres blancos del norte global relatada por hombres blancos del norte global. La literatura en innovación es de las menos diversas que conozco y estoy activamente buscando ampliar mi perspectiva. Dicho esto, creo que podemos extrapolar una enseñanza importante de lo que voy a contarte.
A fines del siglo XIX, en 1903, los hermanos Wright lograron levantar vuelo en un avión biplano, en North Carolina, Estados Unidos.
La historia menos conocida es la de Samuel Pierpoint Langley, astrónomo, físico e inventor estadounidense que se encontraba buscando el mismo objetivo que los hermanos, al mismo tiempo, en el mismo país.


Langley poseía muchísimos más recursos que los desconocidos hermanos Wright. El gobierno estadounidense lo apoyaba económicamente y su exposición pública era significativa. Pero, aún teniendo todo a su favor, no logró la hazaña.
Existen muchas hipótesis y análisis acerca de qué hizo que dos hombres “comunes y corrientes” pudieran volar antes que Langley. La que voy a ofrecerte, creo que distingue la diferencia entre insistir e intentar que tanto nos importa.
La posición prestigiosa de Langley construyó altas expectativas y la presión de obtener resultados rápidamente. Cada intento conllevaba grandes inversiones que frustraban la posibilidad de cambiar los cursos de acción de manera dinámica y constante. Además, el físico estaba aparentemente convencido que el modelo técnico que había desarrollado unos años atrás era el correcto, por lo que estaba menos dispuesto a cambiar de rumbo. Luego de dos fracasados lanzamientos, abandonó el proyecto.
Por otro lado, los hermanos Wright estaban más interesados en la experimentación y el ajuste constante. Invirtieron menos recursos en muchísimos más intentos. Como estaban enamorados del problema y no de una solución específica, probaron muchísimas formas más que Langley y así tuvieron éxito.
Enamorarnos del problema, comprometernos con una decisión.
Cuando insistimos, estamos más enamorados de nuestra idea o solución que del misterio o problema que queremos transformar. Esa rigidez puede hacer que un proyecto se mantenga en el tiempo pero la forma en que lo transitamos es terriblemente incómoda. Básicamente, estamos diciéndole a la vida que nuestra manera es la única manera. En vez de dialogar con la realidad, insistimos con nuestro monólogo y cerramos la escucha a todo aquello que nos está hablando, brindándonos valiosa información para nuestro proyecto.
Por el otro lado, si lo que nos mantiene en movimiento es la devoción hacia un propósito y objetivo, entonces es más fácil dejar nuestro ego de lado para así ajustar nuestras acciones las veces que sea necesario. Porque si hablamos de devoción, hablamos de amor. Y el amor, en última instancia, es comprometernos con una decisión. La decisión de ser lo suficientemente curiosos para, a través de los años, seguir encontrando maneras de seguir encontrándonos.


Disrupciones, experimentos y feedback
En una de las charlas que tuvimos con mis amigas estas semanas juntas, hablamos de cómo nos continuamos eligiendo a través de los años porque podemos ver cómo cada una de nosotras no sólo escucha el feedback que el grupo le da sino que también lo incorpora -torpemente, como puede- para así de a poco cambiar el comportamiento que no nos es funcional.
“El amigo es el que se la juega, el que corre el riesgo de decirte la verdad aunque no te guste.” dice Ricardo Darín en esta entrevista que le hicieron hace algunos días a raíz del estreno de El Eternauta.
Desde esta perspectiva, la realidad es entonces una gran amiga. Porque siempre va a reflejarnos lo que necesitamos escuchar, aunque no nos guste.
Por eso, para convertirnos en verdaderos artistas del intentar, necesitamos cambiar nuestra mentalidad alrededor de las disrupciones que inevitablemente aparecerán en nuestro camino.
En el libro Tiny Experiments, Anne-Laure Le Cunff explica que la palabra “disrupción” viene del latín “disruptus” lo cual significa “separar por la fuerza, romperse”. “Esto nos da una indicación de por qué las disrupciones son tan dolorosas: porque crean una brecha discordante entre lo que esperamos que suceda y lo que realmente ocurre”, dice la autora.
Pareciera entonces que el dolor que sentimos cuando las cosas no salen como esperamos se encuentra en nuestras expectativas. Si nuestras expectativas se encuentran acopladas a nuestra identidad, las disrupciones pueden sentirse como ataques directos a quienes somos. No es sorprendente, entonces, que frente a lo que -todavía- no funciona en nuestros proyectos, aparezca la procrastinación y la distracción como mecanimos de protección frente a un dolor tan profundo.
En este momento, tal vez te estés preguntando: pero Aye, ¿cómo podemos trabajar en un proyecto sin expectativas?
Honestamente, creo no podemos. La mayor cantidad de veces, esperar un resultado de nuestras acciones es una gran parte de lo que nos motiva a ponernos en movimiento. Entonces, ¿qué hacemos?
Siguiendo lo que propone Anne-Laure en su libro y lo que aprendí en mi profesión de diseñadora, lo que hacemos es comenzar a ver cada acción como un experimento. De esta manera, nuestras expectativas se convierten en hipótesis, en resultados que esperamos pero que, al mismo tiempo, sabemos que sólo estamos probando.
Esta es una manera de ejercitar no sólo la curiosidad sino también la neutralidad. Una parábola que me gusta mucho y que explica muy bien esta mentalidad neutral es la del granjero chino, de Alan Watts. En este video podés escucharla.
¿Cómo se ve esta mentalidad experimental y neutral en acciones concretas?
Por ejemplo, cuando diseño una sesión de co-creación para trabajar en mis programas 1:1, yo sé que los ejercicios que propongo son experimentos. Conozco los resultados esperados que deseo que tengan pero no puedo saber cómo va a llegar mi cliente a la sesión ni qué va a pasar en esos 90 minutos juntos. Muchas veces, al percibir una necesidad del proceso que emerge en nuestra conversación, improviso y cambio o ajusto el ejercicio en ese momento. Eso me permite co-crear un proceso que se adapta a la persona que lo transita y no al revés. Sino el aprendizaje y transformación que busco facilitar se volvería rígido y menos relevante para la persona a la que quiero ayudar.
El experimento infinito
Con esta mentalidad, el arte de intentar se convierte en un experimento infinito. Lo que sucede en nuestros proyectos se vuelve observaciones que crean nuevas preguntas y así nuevas hipótesis por evaluar con nuevas acciones.
En este cuadro, la autora de Tiny Experiments nos muestra una forma con la que podemos documentar y planificar nuestros experimentos.
De esta manera, las disrupciones se convierten en oportunidades. Pero para que podamos hacer esta transformación, como ya sabemos acá en El Mundo Que Creamos, tenemos que primero atender a nuestro Ser. Pasar de disrupción a oportunidad inmediatamente puede ser una gran manera de invalidar las emociones de disgusto que pueden aflorar cuando algo no sale cómo esperamos.
Por eso, es importante que antes de convertir lo sucedido en una nueva pregunta y experimento, nos tomemos un momento para realizar lo que en psicología se llama emotional labeling o nombramiento de las emociones. Consiste en eso, nombrar lo que sentimos. Ponerle un nombre y darle lugar. Entender por qué sentimos enojo, tristeza o frustración. Aceptarlo. Regular nuestro cuerpo y sistema nervioso para luego, ahora sí, continuar con el juego.
¡Los cupos para mi programa 1:1 están agotados!
Si quieres anotarte en la lista de espera para la próxima edición, puedes hacerlo desde esta web.
El secreto para volvernos artistas del intento: la autarquía.
Para finalizar el newsletter de este mes, quiero contarte una última historia.
La semana pasada, tuvimos una sesión de implementación con una de las personas que acompañé en mi programa 1:1.
Como sé que la implementación también requiere de acompañamiento, a quienes pasaron por mi programa les ofrezco sesiones sueltas que pueden tomar cuando necesitan colaborar en cómo implementar lo creado en nuestro tiempo juntos.
En esta sesión, esta emprendedora trajo para trabajar un obstáculo que veía en su proceso. Si su programa no se vendía rápidamente al comunicarlo en redes o si sus publicaciones no tenían muchos “me gusta”, entonces aparecía la frustración, los pensamientos de “lo que hago es malo” y la renuncia.
Ella me decía que sus expectativa era que las otras personas inmediatamente iban a poder ver el valor de lo que ella hace. Que si no lo hacían entonces esto no era para ella.
Como ser emprendedor es ser artista del intento, a través de diferentes preguntas me embarqué con ella en la aventura de transformar esa creencia que no sólo la limitaba sino que directamente la hacía dejar de intentar.
Centrándonos en la emoción que aparecía, le pregunté en qué otras áreas de su vida ella se veía continuando a través de la frustración. Me dijo que en el deporte. Un hábito que no hace mucho había adoptado, notaba cómo a pesar de a veces interrumpir su rutina por viajes, no poder rendir cómo esperaba o simplemente sentirse desmotivada, igual volvía a retomar la práctica una y otra vez.
“¿Por qué creés que volvés a pesar de estar frustrada?”, le pregunté.
"Porque me hace bien, me vuelve a mi eje. Me hace volver a mí.”
Tomé su respuesta y le pedí permiso para compartir una elaboración. “Escucho que volvés al deporte porque el simple hecho de hacerlo te ayuda, no estás buscando un resultado lejano, es suficiente por sí mismo.”
Eso significa que algo (o alguien) es autártico. Significa que es autosuficiente.


Para volvernos artista del intento, descubrí que la mejor manera de abordar esos intentos es si cada uno de ellos nos hace bien por sí mismos sin la necesidad de que deriven en un resultado esperado. Que trabajar en nuestro proyecto sea un hábito saludable en nuestra vida, como dormir las horas necesarias, comer alimentos no procesados o ir a entrenar. Algo que hacemos por cómo nos hace sentir en ese momento y cómo nos trae de nuevo a nosotros mismos.
Esto lo compruebo día a día. En medio de mi proceso migratorio, con sus idas y vueltas, duelos e incertidumbres, sentarme a trabajar en El Mundo Que Creamos me ordena, me devuelve a mi eje y me mantiene saludable en igual medida que ir a hacer deporte múltiples veces por semana. Entonces, cuando agendo en mi calendario las tareas que quiero hacer para mi proyecto cada semana, no estoy pensando en si van a traerme un resultado inmediato que está fuera de mi control. Estoy dándole un espacio en mi vida porque sé que hacer la tarea me es suficiente para sentirme mejor.
Irónicamente, concentrarme en el bienestar inmediato desvía mi atención de la gratificación inmediata. Eso me mantiene constante en seguir intentando. Esa constancia trae todos los resultados.
Un día, sin darnos cuenta, estaremos celebrando en Barcelona.
Cuando comenzamos nuestra amistad con todas mis amigas, no establecimos criterios de éxito para nuestro vínculo. En eso la amistad lo tiene más fácil que el romance: no se esperan compromisos, casamientos, casas e hijos.
El vínculo amistoso es un experimento que vale la pena por sí mismo. Una prueba y error constante entre dos o más personas que, sin pensar en lo que obtendrán de sus intentos, siguen intentando entenderse y encontrarse.
A decir verdad, el amor también puede ser así. Lo veo en Jazmín y Lucio, quienes se acompañaron cada día de estos diez años no porque buscaban un resultado de su relación, sino porque su amor se convirtió en un ejercicio necesario para mantenerse saludables.
Por eso, querido creador y creadora, emprendedor y emprendedora, te invito a convertirte en un artista del intento y a ver a tu proyecto como un gran amigo. A aprender cómo experimentar con él de las maneras que te hagan bien. A no pedirle que te salve sino que te dé la oportunidad de conocerlo. Ofrecé tu curiosidad, tu constancia y tu paciencia.
Tal vez un día, sin darte cuenta, haya pasado una década y te encuentres con él y toda la gente que te quiere, celebrando en Barcelona.
Hasta el próximo mes, gracias por estar ahí.
Aye